17 DE OCTUBRE

Aunque algo en su corazón siempre le había dicho que no pertenecía a ese mundo, la idea nunca había sido tan clara como esa mañana. La luz del día trajo consigo la revelación, era hora de partir. El viaje sería largo por lo que los artículos que llevaría como equipaje debían ser cuidadosamente seleccionados. Lo que no fuera estrictamente necesario al final se convertiría en estorbo. Pero de pie, en el centro de su habitación, entendió que todas aquellas cosas inanimadas eran parte vital de su vida. Las observó lentamente, una a una: El escritorio de madera clara que guardaba desvelos de letras, el closet con aquella ropa que había servido para impresionar o desilusionar a más de alguno, la cama llena de sueños muertos, las flores que pintadas en la pared llenaban de color el lugar, la librera con todos esos libros; esas cosas la habían visto reír y llorar.  Esa era su vida, ese pequeño lugar era lo que hasta ese momento conocía como hogar. ¿Cómo podría dejarlo todo, allí, abandonado? Después de una corta pero profunda reflexión decidió que se llevaría todo, sí, todo, pero de la forma más práctica que pueda existir: en la mente, junto con todos los demás recuerdos. Haló la pequeña mochila roja, y en ella guardó un par de libros, dos lápices, algunas hojas en blanco y una libretita; una caja de crayones de cera, una manta de franela y una cámara de fotos. Un vistazo más a su alrededor y se giró sobre sus talones para no volver jamás. La mujer policía que permanecía en la puerta le preguntó, con un tono de amabilidad mal lograda, si eso era todo; sí, respondió Marie tímidamente. Su foto inundaba todos los medios de comunicación y las redes sociales; la noticia impactaba al país y al mundo entero: Niña secuestrada hace 15 años finalmente retorna a casa. A lo lejos divisó al ingeniero aeroespacial Charles Johnson, el hombre que había tratado de criarla como un padre a una hija, y aunque no se podía quejar, ¡qué van a saber los humanos de las necesidades de un ser como ella! Él lloraba mientras la veía partir, Marie le dirigió una sonrisa y con un pequeño gesto de mano se despidió. Y así, subió al carro que la llevaría directamente a Cabo Cañaveral. La siguiente parada era su hogar. 

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