El amor en tiempos de los desastres naturales

Recientemente he leído a dos o tres personas haciendo llamados de abrazar a los nuestros, porque no sabemos qué día será el último que podamos verles. Eso me ha recordado algo con lo que siempre he estado en desacuerdo, hacer las cosas por las razones equivocadas. Abrazar, querer, amar, apreciar, etc., solo porque tal vez mañana ya no se pueda. No, no me gusta pensar que la muerte es un motivo para amar a alguien.

Normalmente vivimos pensando que nosotros y las personas que tenemos cercanas vivirán, sino para siempre, al menos por los próximos 50 años. Al parecer, esto da permiso, al menos a algunas personas, a dejarse arrastrar por el carácter y descargar ira, rencor, enojo, frustración, etc., sobre los individuos que tenemos más cercanos, o sea nuestra familia. O, por otro lado, ese lapso de tiempo, que creemos tenemos disponible, nos da permiso de seguir con la coraza puesta y no demostrar sentimientos y mucho menos amor.

O sea que, ¿si algo o alguien nos garantizara que efectivamente tendremos esos 50 años para estar con nuestra familia? ¿Por qué esa seguridad nos predispone a tratar mal a los nuestros?

Y eso me recuerda un par de conversaciones que tuve alguna vez.

En una de ellas alguien me dijo: “aguanta, mi mujer quiere que le esté llevando flores, si ella sabe que yo no soy así”. En ese momento traté de explicarle que él no perdía nada llevándole flores, y, en cambio, ganaba una esposa feliz, si eso era lo que ella le estaba pidiendo para sentirse agradada. Por supuesto, la señora no recibió sus flores. O al menos, no las recibió de parte de él.

Alguien más me dijo: “es que a la familia se le tiene que perdonar de todo, si se le perdonan las cosas a los demás, ¿por qué no se le van a perdonar las cosas a los de la familia?”. Por supuesto, esta frase pertenece a alguien acostumbrado a abusar verbalmente de su familia, y esta frase era una justificación hacia su comportamiento, trasladando la responsabilidad de los resultados de sus abusos, a su familia. Eran ellos los que tenían la responsabilidad de mantener la paz en la casa, a pesar de los malos tratos de esta persona.

Y también están esas personas que llegan a su casa a desquitarse por los problemas del trabajo. Mi consejo: si quiere gritarle a alguien, grítele a su jefe. Le aseguro que jefe se puede conseguir otro, familia, solo va a tener una.

Por cierto, debo decir que yo soy de las personas que creen que amar a alguien no es suficiente, que no sirve de nada querer a alguien si esa persona no se siente amada. Yo creo que debe existir un esfuerzo por hacer sentir bien a los demás, por demostrarles amor de la forma en que Ellos quieren ser amados. Y allí viene la pregunta, si algún miembro de su familia fuera cuestionado acerca de sentirse amado por su persona, ¿qué respondería?

Sí, mire, es que yo los amo, pero es que… Está bien, algunas personas van a tener la razón, hay adultos que no nos dejamos amar. Pero, ¿y los niños? Sí, esos seres de su familia que tal vez son los más maltratados, porque están bajo dominio, porque carecen de la capacidad para defenderse. Porque en nombre de hacerlos “ciudadanos de bien” muchos de ellos son objeto de nuestras frustraciones, enojos y miedos. Pero le aseguro que hay más individuos que se han vuelto delincuentes a causa de los castigos recibidos, que por haber recibido paciencia y muestras de amor.


Lo cierto es que no conozco muchos hogares realmente felices. Pero de ellos, todos tienen algo en común: el esfuerzo continuado de demostrarle amor a todos los miembros de su familia. Así que yo me uno a ese llamado, hoy que llegue a la casa abrace a los suyos, dígales cuánto les ama, acéptelos tal y como son, apóyelos en sus más grandes y locos sueños, pero no como obligación, no porque mañana alguno de ellos vaya a morirse, sino porque el amor logra crear ese paraíso en la tierra llamado Hogar. 

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