La esperanza

Creo que para afirmar que se aprecia algo, uno debe haber conocido ese algo; haberlo perdido, para luego, un día, recuperarlo, y abrazarlo para no volverlo a perder jamás. Porque, en el caso de la esperanza, ¿qué sabe de ella quien siempre lo ha tenido todo?, (si es que ese tal existe), y por tanto nunca la ha perdido, o, ¿qué sabe de la esperanza aquel que nunca ha esperado nada?, y por ello, no la ha conocido.

Imagino este panorama como una extensión de tierra dividida por un sendero. De un lado la desesperanza y del otro lado su antagonista. Entonces, para aplicar el método, caminaríamos hacia la extensión de tierra dominada por la falta de esperanza, donde no hay luz, y no hay siquiera algo qué respirar. Sería como sentarse en un valle sin vida, seco, adornado por la desolación más profunda. Y allí, solo se tienen dos opciones, o uno se deja morir o sale huyendo.

Pero, aquí radica el problema, la mayoría vagamos por la vereda que divide esos dos valles, así que no tenemos esperanza, pero tampoco dejamos de tenerla. En esa vereda, marcada por un tanto de indiferencia, uno se deja seducir por la comodidad. La negatividad llega cuando uno gira hacia el valle de la desesperanza, pero también se alcanza algo de positivismo cuando uno voltea la cabeza hacia el otro lado.

Pero conocido el profundo valle de la desesperanza, uno corre hacia el otro extremo. Pues en el valle donde reina la esperanza el camino no es fácil, pero se respira optimismo, el cuerpo se oxigena y se puede continuar la jornada. Se viaja exhibiendo una sonrisa y haciendo reír a los demás. Se trabaja con la certeza de que mañana será un día mejor. Se avanza con la esperanza de que lo deseado, seguramente, algún día llegará. 

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