HORMIGAS CARNÍVORAS

Lunes mediodía. Después de una mañana bastante atareada en la que no tuve tiempo de revisar periódicos, ni redes sociales, decidí que tomaría la hora del almuerzo para hacerlo. Pedí un sándwich de pollo a domicilio y me dispuse a almorzar frente a la computadora.

Alguien me comentó una vez que cuando llevaban panes a domicilio no los tostaban, pero el que yo recibí estaba sumamente tostado, justo como nunca me han gustado. Devolverlo habría significado esperar mucho más para almorzar, así que lo recibí así. 
Pero, tal como lo temía, inunde el escritorio de migas de pan.

Mientras comía y revisaba el portal electrónico de uno de los periódicos de mayor circulación en Guatemala, vi que apareció una hormiga que husmeaba entre las migas, la observe de reojo y la dejé comer en paz. Leí un par de noticias más y me di cuenta que habían llegado un par de nuevas hormigas, a las que también permití comer de las sobras.

Embelesada, como estaba, leyendo, no me di cuenta que pronto el número de hormigas había aumentado considerablemente, extremo que noté hasta que una de ellas decidió subir a mi brazo con la intención de ampliar el menú de su almuerzo. El dolor de la mordida del diminuto animal me sacó del ensimismamiento en el que me encontraba. Mi reacción fue quererla matar, pero no lo logré, pues había huido ágilmente escabulléndose entre las demás. La herida que tenía en el brazo era notable, tomando en cuenta el tamaño del insecto. En unos segundos de descuido, mientras me examinaba el brazo, otra se acercó, trepó a mi brazo derecho y repitió la operación. Fue entonces cuando de un brinco me alejé del escritorio y entendí que aquello no eran ataques casuales, aquellas hormigas eran carnívoras y, al parecer, pretendían darse un banquete conmigo.

Traté de guardar la calma y analizar la situación. Había, al menos, dos tipos de hormigas. Unas un poco más pequeñas que se estaban ocupando de llevar las migas de pan; y otras, ligeramente más grandes y rápidas, cuyo objetivo era conseguir un almuerzo más variado.

Es una suerte que siempre esté preparada para casos de emergencia. Y notando que el panorama se estaba complicando no tuve más remedio que sacar mi traje de Rambo. Salí corriendo hacia el baño, para cambiarme y arreglarme el cabello (varias veces, por cierto), hasta que la cinta de la cabeza quedó adecuadamente dispuesta. Luego me ocupe de preparar mi arma: Una mini uzi modificada para disparar insecticida.

Al regresar, el número de hormigas había crecido enormemente. Se agrupaban en escuadrones sobre el escritorio y algunas de ellas ya empezaban a cubrir una de las paredes. Además, noté que apareció otra especie de hormigas, unas tipo ninja que se caracterizaban por vestir pañuelitos rojos amarrados en la cabeza y que, según pude determinar, tratarían de rodearme y atacar desde ambos costados. Sin embargo, no contaban con que yo estaba preparada y no cedería mi vida tan fácil. Así, empezó la batalla.

Quisiera darles por menores de la carnicería que se armó, pero dado que este relato se publicará en un horario para todo público, la ley no me lo permite. Lo que sí puedo asegurarles es que fue una pelea dura; la ferocidad y determinación era palpable en los rostros de las diminutas hormigas. Lucharon con valentía, pero lo inevitable tenía que suceder, la mejor tenía que ganar, o sea, yo.

Al terminar todo, después de asegurarme que no existieran sobrevivientes, observé la hora y me quedaban justo quince minutos para que finalizara la hora del almuerzo. Así que me apresuré a sacar mi maletín de primeros auxilios para limpiarme las heridas. Acto seguido, saqué el kit de limpieza –sí, todo eso cabe en mi cartera, más un amplio set de maquillaje y dos libros–, y me dispuse a barrer los restos de los pequeños guerreros esparcidos por el lugar. Finalmente, corrí a cambiarme nuevamente, retoqué mi peinado y el maquillaje, y regresé justo a tiempo a la oficina.


De toda la situación lo único que lamento es no haber podido actualizarme con el acontecer nacional, como era lo planificado. Pero, qué más da, una de las cosas importantes, que todos esperamos, sigue sin suceder, Otto sigue sin renunciar. 

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