A quien nunca regresó

Y cuando supo que no regresaría, decidió no aceptarlo.

Siguió discutiendo con ella cada vez que quería vestir la camisa a cuadros azules, aun cuando claramente sería un día caluroso. Se quejaba de ella cada vez que podía, y con quien podía; se quejaba de su ropa, su maquillaje, su forma de hablar, de moverse, de existir…


En las noches hacía una lista sobre lo que hablarían al día siguiente, lo que harían, a donde irían. Lo cierto es que nunca regresó. Y fue el ímpetu de su recuerdo lo único que ocupó su lugar.

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