Tiempo
El extraño ser se inclinó un poco y giró la manivela
hacia la derecha, el grifo aminoró levemente la descarga. La máquina no era
demasiado grande, no era pequeña, sin embargo el término mediano tampoco me
pareció adecuado. Me acerqué un poco a riesgo de ser reprendida. La luz manaba
del fuego de las antorchas colocadas alrededor de la caverna, pero era
insuficiente, y hacía que las cosas, allí abajo, lucieran diferentes. Extendí
la mano y toqué una esquina del aquel artilugio. Era más cálida de lo que
pensé. Tenía un aspecto opaco que al principio parecía ser hierro, pero al
estar aún más cerca se podría decir que era oro, aunque no tengo certeza.
El Guardián tenía algunos de los rasgos de los humanos,
aparentaba mucha edad, se movía lento y en ese momento me daba la espalda
mientras veía detenidamente los destellos que caían del artefacto.
— ¡Deja
eso allí! —dijo el ser, asustándome por lo repentino de su voz.
No sabría cómo explicarlo, pero sus palabras sonaban antiguas,
como si eso hubiese sido dicho hace mucho tiempo atrás, siglos tal vez, pero
llegaba a mí hasta ese momento.
—
¿Quieres ver algo mejor?, ven.
Me moví lentamente y alzó la mano como llamando mi
atención hacia la incesante fuente.
—Acércate
—dijo. Si tienes paciencia y esperas puedes tomar unos
cuantos, los de quienes que han escogido morir antes y devolver lo que se les
tenía asignado, así no dañas a nadie. Tienen un ligero cambio de color, pero
son igualmente hermosos. A veces es mucho, a veces es poco… espera… eso es.
Extendió la mano, llena de arrugas de ambos lados, tomó
una parte de aquello que parecía polvo brillante, pero con un poco de atención
se podía notar que no lo era, eran figuritas que a esa distancia no lograba
descifrar. Después de tomar una muy pequeña porción, el Guardián lo contemplo
con dulzura y luego me lo entregó, sin mediar palabra lo recibí. Resplandecía,
cada granito de una manera diferente y en una intensidad única. Lo analicé tratando
de encontrar las formas y entonces lo entendí, eran diminutos números.
—
¿Para qué son? —pregunté.
—Eso,
niña, cada quién lo decide. Es el tiempo. Y para ti y tu pueblo se está
acabando. La llave se cierra a intervalos cada vez más cortos. El momento en
que dejará de fluir se acerca y entonces vendrá algo nuevo. No todos lo
soportarán, solo los que empuñan la valentía y la verdad en sus manos. Ahora
corre y dilo a tu reina.
—Ella
ya no es más —dije, con cierto pesar.
—Oh,
ya veo... entonces es tu hora de tomar su lugar.
—
¿Eh? ¿De qué hablas?
—De
los tiempos que han empezado a cambiar.
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